Ángel Di María, el pibe
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Ángel Di María, el pibe


Getty Images

"A veces, ser un quilombero tiene sus beneficios. Yo empecé en el fútbol muy temprano, porque a mi vieja la estaba volviendo loca. Me había llevado al pediatra cuando tenía 4 años, y le dijo: “Doctor, no para un segundo de correr. ¿Qué puedo hacer?

"Y como era un buen médico argentino, obviamente le contestó: “¿Qué puede hacer? Fútbol. Así empecé mi carrera futbolística.


"Estaba obsesionado. Era lo único que hacía. Jugaba tanto pero tanto a la pelota, que cada dos meses, los botines se me hacían bolsa. Mi mamá me los pegaba con Poxi-ran, porque no teníamos la plata para comprar nuevos. Cuando tenía 7 años, ya debía ser bastante bueno, porque después de meter 64 goles para el equipo de mi barrio en el año, mi mamá viene un día y me dice: “Los de la radio quieren hablar con vos”.

"Fuimos a la radio para que me hicieran una nota. Era tan tímido que apenas si pude hablar.

"Ese año, mi papá recibió un llamado del entrenador de Rosario Central. Le dijo que me quería ver jugar ahí. La verdad es que fue una situación muy graciosa, porque él siempre fue fanático de Newell’s Old Boys. Mi mamá es muy hincha de Central. Si no sos de Rosario, no vas a poder entender nunca la pasión y la rivalidad que hay. Es a muerte. Cada vez que se jugaba el clásico, mis viejos gritaban como locos, se dejaban los pulmones en cada gol, y el que ganaba se la pasaba cargando al otro por un mes". / Ángel Di María / The Player Tribune

 

Siempre fue el pibe que soñó la vida como un juego. Como aquellos terrenos de Rosario en los que bailó a ritmo de cumbia, que conquistó con la picardía a la hora de dominar el balón. La mágica zurda del extremo de la Selección Argentina rememora la alegría y rebeldía del pequeño rosarino que en 2008 entonó su primer triunfo olímpico con la albiceleste tras marcar una obra de arte en la final de Beijing ante el arquero de Nigería. Era una piezas clave de la generación de Hugo Tocalli. Junto a su compañero de malabares, Lionel Messi, el pibe de los 64 goles y los botines con Poxi-ran, conquistaron América y ahora el trono de la Copa del mundo. Es eje central de una generación que por siempre perdurará en la historia. Su nombre quedó junto a la magia de Diego Maradona y los goles de Mario Alberto Kempes.

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