
El fútbol es un juego (aparentemente) simple: veintidós seres humanos divididos en dos equipos intentan meter un balón dentro de un rectángulo con una red que lleva por nombre 'portería' y cuyas medidas —7,32 metros de largo por 2,44 de alto, de media— son lo suficientemente amables como para facilitar aún más el objetivo principal. No es (aparentemente) física cuántica, vaya.
Cuando volvemos a la realidad, sin embargo, la aparente sencillez resulta ser un acto complejo; me atrevería a declarar que, casi siempre, muy complejo. Atinarle a un espacio aparentemente gigantesco, en proporción con el encargado de resguardarlo y el balón, nos resulta frustantemente difícil. Son contados aquellos que poseen un mapa de la portería tatuado en la mente... y aún más importante, aquellos que logran coordinarlo con los pies. Gabriel Omar Batistuta (Reconquista, Argentina, 1969) forma parte de los elegidos que hicieron del esférico un compañero entrañable, de los pocos que parecían hablar el idioma del balón por la infinidad de veces que logró marcar desde cualquier ángulo y de cualquier forma. La mayoría de sus goles estuvieron precedidos por no más de dos toques: el primero para acomodarse el balón, el segundo para mandarlo guardar a la red. Muchas veces, al argentino le bastaba con un solo contacto con la pelota para mandarla al fondo de las mallas.
Los apodos, sobrenombres o epítetos son herramientas milenarias que se usan para elogiar o destacar las habilidades de una persona. En la Ilíada, por ejemplo, a Aquiles se le describe como "el de pies ligeros" y a Héctor como "el domador de caballos". En el caso del deporte, son pocos aquellos los que hacen justicia de manera constante a sus apodos.

El palmarés de Batistuta con la albiceleste, por cierto, no se limita a la infinidad de goles que anotó: 'Batigol' cuenta con dos títulos de la Copa América (1991 y 1993) y una Copa Confederaciones (1992). El Mundial, como a todas las generaciones de argentinos post-Maradona —al menos hasta la fecha—, se le resistió.
Un tanque de color violeta
A finales de 2014, Batistuta explicó en una entrevista que en el ocaso de su carrera sufrió tremendos dolores en las piernas; tan graves, de hecho, que 'Batigol' llegó a considerar la posibilidad de amputárselas. Su sufrimiento era tal que Batistuta confesó haberse meado alguna vez en la cama, a pesar de tener el baño a unos pasos de distancia, por temor a experimentar el dolor de apoyar el pie en el suelo.
A pesar de sus problemas físicos, provocados por la falta de cartílago y de tendones en las articulaciones, Batistuta alargó su carrera hasta los 36 años. Al retirarse, Gabriel había pasado una cuarta parte de su vida vistiendo el color que le definía: el violeta de la ACF Fiorentina. Entre 1991 y 2000, Batistuta jugó nueve temporadas en el estadio Artemio Franchi de la capital toscana. Allí disputó 332 partidos y acumuló 207 dianas: la cifra le convierte en el segundo mejor artillero de la historia del conjunto italiano, solo superado por el histórico delantero sueco Kurt Hamrin.
El amor de 'Batigol' por la camiseta lila se hace evidente en el gol que le marcó precisamente a la Fiore como jugador de la AS Roma, el equipo por el que fichó cuando finalmente abandonó la disciplina viola. Batistuta no comparte la emoción de sus compañeros en la celebración; de hecho, apenas si se inmuta. Su respeto por los florentinos es infinito.
En los tiempos de las botas oscuras y sobrias y de los balones austeros, desprovistos de tecnología innecesaria y rimbombante, Batistuta fue el estandarte de su club, al fin y al cabo uno de los modestos de Europa. Sobre el campo, Gabriel era un tanque capaz de convertir cualquier balón en un misil al fondo de la red; poseía una buena técnica y un carácter competitivo. Si me permites que sea cruel, digamos que 'Batigol' no solía "hacerse un Higuaín".
Fuera del campo, además, Batistuta siempre se ha comportado como un caballero. Cuando se enteró que Messi estaba a un gol de igualar su récord en la selección argentina, Gabriel lo encajó con humor: "Las estadísticas nunca me importaron, pero cuando Leo me quite el récord me va a doler un poquito", dijo entre risas. "Pero no me lo quita cualquiera, no me lo saca un normal, no, me lo saca un marciano. Eso me deja un poco más tranquilo", añadió el delantero argentino.
El momento: Wembley, 27 de octubre de 1999
