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Miguel Flórez, el arcángel de Nairo Quintana


Miguel Eduardo Flórez López tenía 16 años. Las ilusiones de llegar a ser un ciclista de la talla de Nairo Quintana y Julian Alaphilippe, sus dos grandes ídolos, casi se trunca por un dictamen médico.


En unos exámenes de rutina a los que se sometió se le encontró un soplo en el corazón, por lo que el galeno que lo atendió le dijo que no podría volver a montar en bicicleta, que eso podría perjudicar la salud.


Flórez López se preocupó. Le parecía increíble que siendo tan joven y teniendo unas inmensas capacidades para la escalada tuviera que decirle adiós al ciclismo.

La falla cardíaca era definitiva. Miguel Eduardo habló con su familia, hasta lloró al ver perdidas las esperanzas de ganarse la vida con los pedales.


Entró en el túnel, el médico que lo atendió le hizo ver de la peor manera la situación, pero él no se quedó ahí.


Se hizo más controles, consultó a otros cardiólogos y los conceptos fueron distintos, podía seguir corriendo, no había problema. Tiempo después, del soplo solo quedó esa historia.


“No era algo maligno y no había necesidad de tratamiento. Era algo muy natural, pero el primer concepto me hizo dudar para seguir, pensé en dejar el ciclismo, pero no me quedé quieto y logré salir adelante”, le contó a EL TIEMPO Flórez, quien este año firmó con el equipo Arkea-Samsic, el de Nairo.



Allí quieren que le ayude a su paisano en la montaña, que lo acompañe en las etapas de las duras cuestas, que sea su protector. Miguel tiene una experiencia ganada en Europa, conoce las carreteras, el ciclismo profesional, y sus capacidades las pondrá al servicio de su jefe de filas.


Su vida en la finca


Flórez nació el 21 de febrero de 1996 en Duitama, Boyacá. Se levantó al lado de sus padres, Alfredo Flórez y Cecilia López, y sus hermanos, Luz Andrea y Laura Caterine.

La finca la Acacia, ubicada en la vereda La Quebrada, a las afueras de Duitama, fue el sitio en el que Miguel y sus hermanas crecieron.


Cuenta que no tuvo amigos, que si bien iba a la escuela de la vereda a cumplir con las jornadas de la primaria, no tuvo con quién compartir, porque Luz y Laura eran sus confidentes.


Pasó al bachillerato y ahí sí tuvo compañeros con los que compartió mucho tiempo. Se graduó del colegio, pero ya la bicicleta les había ganado la carrera a los libros.


Miguel no fue un excelente estudiante, dice que “iba en el lote”. Nunca fue indisciplinado, pero le gustaba la recocha.

Hoy en día leo, pero de temas que me interesen, historia, aprendo francés, porque el italiano ya lo manejo


“Nunca me suspendieron, me gustaban matemáticas y era maluco en español, me hacían leer mucho libro y poco me gustaba, me daba pereza. Hoy en día leo, pero de temas que me interesen, historia, aprendo francés, porque el italiano ya lo manejo”, contó.


No le tocó hacer trabajos duros, tal vez lo más complicado era hacer los mandados. De la finca a la tienda había que caminar media hora, 15 minutos de ida y el resto al regreso. La primera bicicleta la tuvo a los 14 años. Salía a entrenar con el papá, siempre lo llevaba a hacer las prácticas los fines de semana.

Recuerda Miguel Eduardo que las jornadas eran muy duras y que llegaba llorando a la casa, muy cansado le dolía todo.


“Es que mi papá era gomoso del ciclismo. Quiso ser ciclista, pero no pudo. Donde vivía, en la vereda El Hatillo, cerca de Sogamoso, era difícil practicara el ciclismo, pero se las ingeniaba. A pesar de que sufría, pues me gustó el ciclismo, me agradaba salir cada ocho días a montar”, aseguró Flórez, quien comenzó en el equipo Escuela de Ciclismo de Duitama, bajo el mando de Luis Reyes. Tomado de El Tiempo / Por: Lisandro Rengifo

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