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Leyendas del deporte
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Hace tres años estaba del otro lado: en la esquina de Atlético Nacional, en aquel título de Copa Libertadores 2016. Al frente Independiente del Valle, modesto equipo ecuatoriano que había enamorado al continente al llegar a la final tras vencer nada menos que a dos grandes como River Plate y Boca Juniors. Un club que se ganó todo el respeto de Cristian Dájome.
Por eso, con sus vaivenes del pasado, el bogotano de 25 años no lo pensó dos veces cuando llegó la oferta de Independiente del Valle. No se equivocó: otra vez es el equipo revelación de América, esta vez con él como figura. Anotó el último gol de la final de la Copa Sudamericana en el triunfo 3-1 ante Colón de Argentina.
¿Cómo un equipo de Sangolquí, un pequeño suburbio de Quito de apenas 80.000 habitantes, con un estadio con capacidad para 7.000 almas, logra llegar a dos finales continentales en tres años? “Están muy bien montados a nivel estructural y administrativo, ese es su secreto. Aquí no te falta nada, el complejo deportivo es el de un equipo grande”, dijo Dájome en entrevista con El Espectador.
La ciudad deportiva cuenta con siete canchas de fútbol, una de ellas con pasto artificial. Una piscina cubierta, un gimnasio de última tecnología y habitaciones para descansar. Y el punto rojo de la mira está apuntando a los jóvenes. Por ello tienen a 120 niños entre los 11 y 18 años viviendo y estudiando en las instalaciones del club. “Queremos tener la base de la selección de Ecuador para las eliminatorias y ojalá un Mundial, ahora mismo lo somos en las categorías menores”, dice Santiago Morales, gerente deportivo del club.
En Salgolquí no hay mucho que hacer, cómo distraerse. Aterrizó en la mitad del mundo con otra mentalidad: se volvió cristiano y enfocó su vida en su esposa y sus hijas. “Es un pueblo grande, como un Envigado”. Eso sí, no tiene noticias de su futuro: Nacional es el dueño de su pase y está en Independiente del Valle con opción de compra. “No me han dicho nada”.
Todo se lo debe a Mireya Arboleda, su mamá. Una madre cabeza de familia que los sacó adelante a él y a sus dos hermanos vendiendo chontaduro por las calles de la localidad de Bosa. Una mujer a la que no le tembló la mano para meterle correazos a Cristian, casi siempre porque se escapaba por las noches a jugar fútbol en las canchas del parque. “Me pegaba duro por eso (risas). Hubo una época que empezamos a apostar la gaseosa con otros equipos y así me metí en el fútbol. Mi última esperanza era jugar el torneo del Olaya de mayores, con el club Caterpilla Motor. Metí tres goles y ahí empezó todo”.
Ansiedad, visualizar el futuro. No esconde que había imaginado el momento: un gol en la final. “Sería un mentiroso si no dijera que no pensaba bastante en eso", cerró quien decretó el 3-1 final en la última jugada del partido. En modo Pity Martínez.
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